IMPUESTO SOBRE LAS GRANDES FORTUNAS. HABLAR SIN PENSAR EN LAS CONSECUENCIAS


IMPUESTO SOBRE LAS GRANDES FORTUNAS. HABLAR SIN PENSAR EN LAS CONSECUENCIAS

La propuesta de Podemos da para mucho. Por ello nos centraremos en el titular fundamentalmente y, por supuesto, en sus consecuencias. Tal como se ha presentado en las informaciones y se puede leer en el sitio web de esta formación política, se trataría, en grandes líneas, de gravar el conjunto de bienes del sujeto pasivo, con el mínimo exento de la vivienda familiar hasta un límite razonable, a partir de un millón de euros, con un tipo creciente desde el 2%.
Ni el más insensible de los ciudadanos a las carencias del prójimo dejaría de ver hoy que los tributos son la única vía sensata para disminuir las desigualdades sociales, y que han de pagar más quienes más tienen. Afortunadamente unas convicciones así pueden considerarse hoy generalizadas y básicas, arraigadas en el concepto de lo que es justo admitido casi de modo unánime.
Pero el establecimiento de los concretos tipos tributarios puede facilitar ese fin de una mayor justicia social, o no lograr su consecución, ocasionado además efectos perturbadores. Se trata, como casi siempre en casi todo, de unir a una buena técnica, en este caso tributaria, el sentido común, dadas las circunstancias de tiempo y lugar.
Hay que partir de que un impuesto como el propuesto no se va a implantar en España, pues está totalmente fuera del contexto. La mayor parte de los países europeos ni siquiera tienen establecido el que grava el patrimonio, mucho más liviano que el que ahora se presenta. Y los pocos que lo tienen contemplan tipos mucho más bajos. Si se implantara algo como lo que se propone, como si nuestro país fuera una isla, ajena a todo y a todos, la fuga de capitales sería colosal.
Pero hay también razones de estricta justicia. Quizá a las fortunas verdaderamente grandes, que pueden soportarlo todo, o casi todo, no les produjera sino un escozor, mayor o menor en función de circunstancias variables. Peor sería el efecto para muchas personas de clase media, más o menos acomodada, que tienen un patrimonio moderado pero que, al mismo tiempo, poseen ingresos escasos. Piénsese, a título de ejemplo, en personas mayores que viven de pensiones pequeñas y pueden mantener su nivel de vida acomodado habitual con el alquiler de uno, dos o tres pisos, que no siempre están arrendados y en los que, tal vez, se produzcan impagos ocasionales. Si a este tipo de personas se les grava con un 2% anual (tipo mínimo de la escala) les sería imposible el pago con cargo a sus ingresos ordinarios y se vería obligados a vender. Al cabo de no muchos años podrían llegar a carecer incluso de lo necesario, al menos para el nivel acomodado en el que han vivido. Pensemos también en el padre de familia que hoy se priva de gastos y ahorra, o hereda y no lo gasta, a fin de tener una vejez más segura, o poder legar algo a sus hijos que les sea de ayuda en el futuro.
Si a estas personas se les habla de que a partir de una cifra no demasiado alta en términos relativos como un millón de euros, si se tiene en cuenta el valor que llegan a tener hoy viviendas de tipo medio en las principales ciudades, tendrán que pagar el 2%, por lo menos, cada año, harán una cuentas rápidas y entrarán en pánico económico ante lo que verán a corto plazo, más que justificadamente, como su ruina.
Parece mucho más lógico revisar, al alza si es necesario, los tributos que gravan lo que se gana, no lo que se tiene. Los ciudadanos siempre lo recibiremos con incomodidad, pero no podremos ignorar que hay un fondo de justicia en ello (dejamos aparte el delicado asunto de cómo se gasta lo que se recauda). Si lo que se nos anuncia es una lisa y llana confiscación a plazos anuales, entraremos, con todo merecimiento, en simple y peligroso miedo.
La conclusión es clara, dentro del estrecho marco argumental de un artículo corto: ese impuesto no va regir, pero ya, con absoluta despreocupación de las consecuencias, se ha expuesto irresponsablemente en público, para la galería, aunque sin conseguir el fin propuesto. Y se habrá lanzado un torpedo, otro más, sobre la línea de flotación del barco de las políticas de centro progresista, únicas que pueden hacer avanzar con sensatez y efectividad práctica a nuestra querida España. Nuevo favor que se le hace a la intransigencia retrógrada, a cuyas formaciones políticas el miedo generado procurará más y más votos. Suma y sigue.

12.05.20

FERNANDO AGUILERA LUNA Abogado
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