El error ajeno como arma política
El error ajeno como arma política
En nuestra
ciénaga moral se utiliza con frecuencia el error, real o incluso imaginario, o
falsamente imputado, del adversario político, al margen de las circunstancias
en las que se produce, como instrumento para su descalificación, de modo
particularmente agresivo, como si la equivocación fuera en todo caso y
circunstancias inadmisible o, a lo sumo, una posibilidad extraordinaria por
infrecuente.
Sin embargo, a
poca experiencia que se tenga de la vida en términos generales, se ha de
concluir que el error es, por el contrario, llamativamente frecuente, hasta el
punto de que siempre hay que contar con él como posibilidad cierta y próxima
cuando se aborda cualquier problema o dificultad de nuestra existencia. Me
atrevo a apelar a mis propias vivencias personales y profesionales, invocando
simplemente como títulos legitimadores mi edad ya relativamente avanzada y el
ejercicio de la abogacía durante cerca de cincuenta años. Por mis observaciones
continuadas durante tanto tiempo y experiencias no puedo decir nada distinto a
que el error propio y ajeno es tan frecuente que, muy al contrario de lo que
muchos políticos dan a entender cuando se acogen a él para agredir a sus
rivales, parece ser la regla, confirmándola la excepción del proceder acertado.
Se da con tanta frecuencia que se identifica con lo humano, como una derivación
de nuestra condición y, en voz de la jurisprudencia penal en materia de negligencias,
como un simple ejemplo entre otros muchos posibles, la transcendencia no la
reporta su simple detección, sino el establecimiento de su origen. Así, se ha
dicho, y repetido, que lo relevante no es el error en sí, que es humano, sino
la causa humana del error. No la equivocación en términos más o menos objetivos
convencionales, sino el establecimiento de que se produzca como consecuencia de
un proceder infractor del deber de cuidado con arreglo a las circunstancias
objetivas y subjetivas que concurran. No se castiga el error en sí, sino el
acto humano que lleva a él cuando se procede sin la diligencia exigible, que
siempre es circunstancial.
En política
vemos cómo no se actúa con esa delicadeza. Lo que cuenta es que el error se
cometa, y nada más, por muchas que puedan ser las explicaciones y
justificaciones que lo hagan comprensible y admisible. Y la práctica política
se convierte en una cacería inmisericorde del error ajeno, sin piedad,
olvidando con cuánta frecuencia hemos de reconocer en nuestra intimidad, el
error propio.
Esta actitud,
tan hipócrita como absurda, pues ignora estúpidamente algo tan elemental, en
virtud de la experiencia comprobable, como que los errores que se denuncian
serían cometidos de forma análoga si fueran otros los actores, es decir, lisa y
llanamente, que si los papeles se invirtieran sería lo mismo (el criticado
pasaría a ser crítico con el mismo fundamento, y viceversa) se sustenta
implícitamente, sin decirlo, en una sorprendente teoría que podría enunciarse
más o menos como de selección de la calidad humana en orden a la posibilidad de
aciertos y errores en base a la ideología, con cuya aplicación el error que se
denuncia sería consecuencia de las ideas del que se equivoca, de modo que si se
actuara movido por las ideas del crítico, los errores denunciados no se
producirían. Hasta ahora, que se sepa, no existe ninguna observación, ni
estudio por supuesto, que permita aseverar que los adscritos a determinadas
ideologías o partidos políticos sean más inteligentes, cultos o diligentes que
los secuaces de otras formaciones rivales. Es, así, evidente que los errores
que en un momento concreto puedan cometer los criticados serían aproximadamente
los mismos que, situados en su lugar y circunstancias, cometerían los críticos.
Esta evidencia
muestra otra: quienes proceden con el vicio denunciado no están guiados por el
razonamiento lógico, ni por la motivación de mejorar lo por otros realizado, sino
única y exclusivamente por la mala intención de perjudicar al que actúa
buscando sustituirlo, aún a conciencia de que, al cabo, cometería, más o menos,
los mismos o parecidos errores.
Tomares, 02.05.20
FERNANDO AGUILERA
LUNA Abogado
28.350.702
M
c/ Valdés
Leal, nº 6 41.940 TOMARES (Sevilla)
faguileraluna.blogspot.com
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